Síntesis del documento de base del Grupo temático Migraciones Río+20
Los cientos de millones de migrantes de la humanidad, todas las personas que vivimos todas las formas de movilidad humana, nos constituimos como sujeto social de carácter mundial y protagónico, desde nuestros trabajos y profesiones, desde nuestros esfuerzos ciudadanos en seminarios, debates, intercambios y reflexiones, marchas y movilizaciones. Sabemos que esta tarea histórica y humana sólo se podrá cumplir a condición de hacernos protagonistas de nuestra propia historia y arquitectos de nuestro destino común. Habitamos una única y misma casa, el planeta Tierra y su universo circundante. De ese hecho básico, y no de ninguna otra autoridad, emana el derecho de todos y todas a vivir, transitar, residir y trabajar, dignamente en él. Plantear que la migración es consustancial al ser humano y que los muros, objetivamente, no son sustentables, que han de dibujarse y recorrerse otros caminos, es ya un imprescindible punto iluminador de comienzo.
El contexto y contenido capitalista “neoliberal” de la globalización en curso opera muchas veces como mecanismo selectivo de hecho para la movilidad humana mundial, tendiendo a reproducir en algunas políticas migratorias una característica de esa globalización misma: la de incluir a algunos y excluir a muchos. Ello revela un conflicto de hecho cada vez más agudo y del cual los migrantes son el más evidente indicador, entre el surgimiento histórico del Estado Nación soberano a partir del siglo XVI y el surgimiento que estamos viviendo actualmente, de una superior soberanía de la comunidad internacional humana para imponer un mínimo e irrenunciable respeto de los Derechos Humanos de todos. Los migrantes son ante todo un indicador de este conflicto y de las necesidades de cambio para el desarrollo de la humanidad en tiempos de creciente interconexión multi dimensional de todos los pueblos y sociedades. Ellos evidencian la necesidad objetiva de rediseñar el tratamiento migratorio como parte del rediseño de la gobernanza mundial, lo cual implica enfrentar la tarea de superar el rezago institucional del Estado nación moderno y rediseñar los criterios de identidad, pertenencia y ciudadanía.
La masiva compulsión migratoria, expresión de fenómenos estructurales históricos, tiende a traer consigo la corrupción de las instituciones públicas y “la industria negra” de la migración, que según estimaciones variables, mueve entre 15.000 y 30.000 millones de dólares anuales (segundo mayor generador de dinero ilegal en el mundo). Es el gran negocio de la desesperación humana, cuyas víctimas se estiman hasta en dos millones de personas al año, basado en la desesperación compulsiva del migrante de buscar el país de destino como única posibilidad de sobrevivir o mejorar su vida. Convertir las fronteras en espacios de encuentro y humanización de los flujos e intercambios migratorios es la única alternativa viable frente a aquellas crecientes amenazas. Esta conversión de las fronteras sólo puede tener sentido para el rediseño de la gobernanza si tiene como horizonte programático de futuro la construcción gradual de grandes áreas geográfico culturales de libre circulación, residencia y trabajo, es decir, de espacios de integración regional en grandes bloques unitarios de países que ocupan un gran y común territorio geográfico y muchas veces cultural.
Al mismo tiempo que los migrantes ejercen una ciudadanía ampliada en sus países de origen y destino, son también el prototipo de un “ciudadano regional”, como realidad emergente y horizonte normativo, en muchos de los espacios geográfico culturales que se han constituido. A nivel subjetivo, de su identidad y pertenencia, los migrantes también transitan. “Siguen siendo” miembros de su sociedad de origen, aunque simultáneamente “son” también miembros de hecho de la sociedad de residencia. Se trata de una identidad y pertenencias que no dejan de ser unas para pasar a ser otras, sino que se suman, agregan y amplían. Esta ampliación concreta de la ciudadanía a una doble pertenencia constituye el fundamento potencial, viable, de una ciudadanía más amplia todavía, regional y universal. El criterio fundamental operativo es el de homologar y homogeneizar gradualmente las normativas y construir una institucionalidad común a los países del espacio integrado, a partir de la diversidad y comunidad de instrumentos existentes, que haga efectiva la ciudadanía regional, reproduciendo este patrón en todas las dimensiones de la ciudadanía que se hagan necesarias (formación y capacitación profesional, convalidación de títulos, derechos políticos y laborales, tuición filial…etc).
En el modelo económico dominante caracterizado por el aumento de la riqueza mundial, de la desigualdad y de la exclusión en cuanto a derechos y oportunidades al bienestar, la actual migración laboral actúa como un mecanismo de hecho redistributivo del crecimiento económico mundial. Pero esta “redistribución de hecho” es en sí misma insuficiente y ocurre todavía de un modo forzado por las circunstancias, inadvertida o silenciada, y en choque traumático con el rezago de las normativas. Se requiere aquí una estrategia múltiple de re diseño de la gobernanza económica mundial y de la migración en interacción con ella, que en lo esencial reconozca, haga explícito e institucionalice el carácter redistributivo de hecho de la actual migración mundial. Se debe llegar a establecer como estándar en los acuerdos y tratados de integración regional, la inclusión de mecanismos redistributivos compensatorios para las economías de menor desarrollo y más perjudicadas inicialmente con la integración, nivelando los grados de riqueza en toda la región integrada, y que pueda asumir las co-responsabilidades respecto de la migración por parte de los países hoy receptores y acreedores en base a su privilegio y administración de estructuras inequitativas de relación política económica.
El mercado del trabajo de alcance mundial, donde el capital se mueve en una lógica y dinámica desterritorializadas, no opera lo mismo con los trabajadores, los cuales se ven todavía sujetos a restricciones, sin una libertad de circulación equivalente y complementaria, por lo que una creciente corriente de trabajadores migrantes se ven en la necesidad de movilizarse a través y dentro del territorio de Estados nacionales, perdiendo muchas veces la calidad de seres humanos sujetos de derechos. Es imprescindible para hacer sustentable la gobernanza de la migración que se legalice la función de ajuste de mercados transnacionales laborales que ésta cumple de hecho, y por ahora en contra del rezago de las normativas, permitiendo la apertura de los mercados laborales y la libre movilidad laboral entre los países firmantes de tratados. En la actualidad, muchas veces los migrantes son incluidos parcialmente. Reducirlos a la única integración laboral, aún si ésta le reconoce derechos laborales mínimos, genera la violación de sus derechos humanos, debilitando el conjunto del sistema democrático, y genera exclusiones, riesgos y resentimientos que traerán insospechadas consecuencias nocivas para la sociedad toda. Debemos permitir que los migrantes y sus familias puedan ejercer, en igualdad plena de condiciones y oportunidades con la población local receptora, todos los derechos económicos y sociales, salud, educación, vivienda, seguridad social, recreación, etc como garantía sustentable de sana integración.
Para hacer de la migración una riqueza cultural vivida, preñada de oportunidades y de esperanza para la humanidad toda, requerimos fortalecer nuestras capacidades pluri e interculturales y superar el racismo y la xenofobia como expresión de atraso en la conciencia de la humanidad. En lo cotidiano, los flujos migratorios están dibujando un mundo nuevo y de todos, cambiando de hecho la forma de pensar y vivir la cultura, hacia una creciente pluri identidad humana. La ignorancia, la incomprensión y desidia de los Estados y de amplios sectores de la población continúa haciendo de la migración un naufragio evitable de la dignidad y la felicidad humanas. Debe generalizarse a todos los niveles y espacios de la sociedad, explícita e inequívocamente, que todas las formas de racismo e intolerancia cultural son formas de degradación humana. Toda comunidad humana universal sólo puede concebirse sanamente como un proceso histórico de mezcla, en cualquier caso largo y natural, no dable de imponer como exigencia de negación de las identidades particulares. Por ello, debe asumirse el paradigma de la “unidad en la diversidad”, en el cual las identidades particulares entren intactas al encuentro de las otras. El avance de las comunicaciones, de los intercambios comerciales, financieros, culturales, y las migraciones, hacen que actualmente, a pesar de que aún subsisten y a veces se agravan los problemas, haya mayores oportunidades de superar ese desconocimiento y falta de comprensión de los procesos y dinámicas de la diversidad cultural.
Apostamos a que crezca la plena conciencia que ninguna cultura e identidad es más o mejor que otra; que son diferentes formas de lo mismo: cómo una comunidad humana ve el mundo y se entiende. Debemos comprender que cualquier proyecto sustentable de comunidad humana, es decir, de gobernanza mundial legítima y responsable sólo puede alcanzarse, si incluye mecanismos jurídicos locales, nacionales, regionales e internacionales que sancionen las conductas racistas, xenófobas y discriminatorias, al tiempo que promuevan, capaciten y formen a los funcionarios públicos, elites dirigentes y población en general en la conciencia de estas realidades e implicancias.
Para ello, es imprescindible avanzar en la conciencia de que, si el miedo al otro y la intolerancia cultural son inequívocos caminos de pérdida y empobrecimiento, la tolerancia, el fortalecimiento y la expansión de lo mejor de lo subjetivo y colectivo diverso, sólo pueden ser el mínimo primer paso hacia el acto enriquecedor del disfrute de la diferencia, la imprescindible posibilidad de que “el otro” sea una pregunta sobre uno mismo, porque es en la búsqueda de la respuesta donde estamos vivos y donde nos constituimos arquitectos del destino.
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